 Uff que frio
hace, y además es de noche….. esto es lo que viene a mi mente el día de la
matanza cuando mi padre nos despertaba a todos, una vez hecha la lumbre en
la chimenea del salón; esto y un peculiar olor, al principio desagradable,
pero que yo creo que por costumbre al final pasaba casi inadvertido. El olor
a tripas, ajos, cebollas, salmuera…..
Esto hoy a
cambiado, no sé si para bien…pero retomando mis recuerdos, una vez
desayunados nos dirigíamos al corral de una antigua casa de pueblo (por
aquello de que curaba mejor) a la que habíamos llevado en días anteriores,
leña, una cuba con agua y cinco marranos bien cebados, de los coloraos, ya
que en nuestra comarca el blanco prácticamente no existe o por lo menos
nosotros no los teníamos.
Las mujeres,
grandes protagonistas en la matanza, empiezan a limpiar, atar y salar las
tripas, a moler pimienta a cortar el pan asentao de las morcillas y
farinatos, a limpiar la mesa matancera a preparar los cuchillos…. y a ir
poniendo en el fuego la comida que se hacía a lo largo de toda la mañana al
fuego lento de las brasas de encina, que daba ese sabor tan especial a
cualquier guiso, eso y el hambre debido al grandísimo desgaste físico y al
frío de esta todavía hoy mi Salamanca, hacia que esa comida no la pudiera
igualar ni el mejor de los cocineros.
Como iba
diciendo, las mujeres en su feudo, y los hombres a repartirse la labor
fundamental y que da nombre a esta preciosa tradición salmantina, la
matanza. Uno de ellos, generalmente hábil y conocedor de las labores con los
cerdos, se encargaba de entrar en el chiquero donde estaban los cerdos, de
apartar uno y cogerlo con el gancho, clavándolo en la barbá, y
sujetándolo; aprovechando el hueso de la mandíbula inferior del marrano;
este momento era delicado ya que había que afianzar muy bien al animal para
no tener ningún riesgo de colmillada o que escapara.
Empiezan los
nervios, el marrano chillando, el del gancho reclamando ayuda….
-Enseguida
agarraros a las orejas, otro al rabo…
Entre cuatro o
cinco hombres y algún niño, si digo bien, algún niño, que era la forma de
aprender, se arrastraba el marrano, ya que éste tiraba hacía atrás, hasta la
mesa de matar o tajón.
-Venga dos a
las manos y dos a las patas, y uno que sujete la mesa.
Una vez subido
a la mesa, y tumbado el marrano a lo largo, sobre un costado, un hombre
desde la parte de atrás doblaba la mano del cochino y la sujetaba con
fuerza, lo propio hacían otros dos con las patas de atrás.
-Venga señor
Pepe, hay lo tiene.
Gritaba el del
gancho, a la vez que se hacía a un lado sin soltar el gancho, para dejar
sitio al matarife, mi padre, que le hundía el cuchillo bien hondo, buscando
picar el corazón.
-Venga mover
la sangre
La sangre se
recogía en un cubo, entre los chillidos cada vez menores, del guarro y se
iba enfriando, pero sin dejar de mover para que esta no coagulara.
El gancho no
se quitaba hasta que la sangre había sido recogida y toda la gente estaba
fuera del alcance de la cabeza del cerdo, por si acaso. Se cuenta, yo no lo
vi nunca, que algunos cochinos después de muertos se tiraban de la mesa y
salían corriendo, algunos incluso con los pies cortados.
Pasado el
amargo pero necesario trámite, unos se quedaban faenando el marrano, recién
matado y los demás a matar otro.
Voy a hacer un
inciso, creo que necesario, para describir la mesa matancera, yo las
recuerdo exageradamente bajas, esto debía de ser para facilitar el subir el
marrano a ellas, algo que nunca comprendí ya que en las matanzas se juntaban
un gran número de hombres; eso si, todo lo que tenía de baja lo tiene de
bonito y digo tiene porque yo tengo una de recuerdo en el jardín de mi casa.
Es una mesa tosca de madera de encina y con cuatro patas en ángulo, más
juntas arriba que abajo, patas anchas y robustas, estas mesas tenían miles
de hendiduras producidas por los cuchillos al descarnar año tras año y de un
color marrón muy oscuro casi negro. En fin la belleza de lo sencillo.
Bueno volvamos
con el marrano, después de muerto y desangrado se le cortaban los pies, los
delanteros sólo, los de atrás quedarán con los jamones, las orejas y el rabo
y se llevaban a la cocina para que los pelaran, no sin advertirles que no
los juntaran que todavía no estaban analizadas las carnes; y a chamuscar.
Yo no conocí
chamuscar con escobas, si bien mi padre nos contaban que antiguamente se
hacía así, sin embargo yo soy de la época del chamuscador; especie de
soplete conectado a una bombona de butano y con el que se quemaba el pelo
del marrano.
-Traer los
cuchillos de raspar y no queméis la mesa, muchachos.
Marrano por
marrano eran quemados y raspados hasta que empezaban a blanquear, el olor a
quemado, la piel burbujeando justo antes de rasparla, la gente ya más
relajada, bromeaba y echaba un cigarro y un tragillo de vino.
-Traed agua
caliente pa mojar esa bombona que no tiene fuerza.
Cuando los
marranos estaban chamuscados se limpiaban con trapos húmedos y se retiraban
los pelos y cenizas de las mesas.
-Venga a
lavarse todo el mundo y a empezar que se nos echa la noche encima.
-Esos
muchachos que vengan a aprender.
Lo primero
atar el marrano boca arriba con una cuerda (de las de las alpacas) que
bajaba hasta cada pata y tensando unas y otras hasta dejarlo bien sujeto y
panza arriba.
-Mira Josele
hay que cortar a la altura más o menos de la cuchillada y profundo hasta el
mismo espinazo para sacar la barbá, y bien pegados al hueso, sacando el
tocino y el cuero, ala llévala a colgar.
El
tocino de barbá se colgaba para que se enfriara y esperando las buenas
noticias del veterinario. Se aprovechaba entonces para cortar un cacho de
lengua y un cacho de carrillera se envolvían en un papel y se numeraban, por
si algún cerdo estaba infectado de triquina que se pudiera saber cual era,
ya que la obligación es quemar todo el animal.
Acto seguido
se separaba lo que quedaba de cabeza del tronco y se llevaba a enfriar en el
suelo encima de un saco y debajo de la barbada que estaba colgada en un
varal.
-Eh y sin
pisar los sacos que luego van más piezas a ver si no las rebozamos.
-Vamos
muchacho que aprendas. Mira ahora a sacar la barriguilla.
Se le daban
dos corte longitudinales desde cada una de las manos delanteras para ir a
morir con dichos cortes al ano del animal y después se iba separando esa
pieza del cuerpo con cuidado de dejar el magro en la canal del animal.
-Toma la
barriguilla, llevalá a enfriar y dile a las mujeres que vamos a sacar las
tripas.
Entonces se
hacía un corte desde el esternón hasta la pelvis, separando en este mismo
acto el culo del animal cortando alrededor de él y tirando ligeramente para
dejar suelto junto con un trozo de tripa y atarlo para que no saliera nada
que pudiera manchar la carne. El corte se realizaba metiendo la punta del
cuchillo entre dos dedos que iban por debajo de la grasa que cubre las
tripas y poco a poco hacia atrás con precisión casi de cirujano.
-Mira mucho
cuidado con las tripas y sobre todo con la hiel.
Que alivio era
meter las manos entre la grasa, que calorcito, ya no se sentían ni los
dedos, del frio. Para sacar las tripas sólo faltaba partir el esternón y la
pelvis.
-Golpe seco
con el destral para no astillar el hueso que si no luego se pican las
tripas, voy a quitar la bilis no se rompa que la tiene muy gorda, poner la
artesa que van las tripas.
Se ponía la
artesa a los pies de la mesa y desde la parte delantera del marrano se traía
todo el bandal; las tripas, el estómago, la vejiga, los bofes….ya en la
artesa se separaban el hígado, pulmones y corazón y a enfriar con el resto
de piezas, ya iba tomando color aquel rincón donde teníamos las piezas
repartidas entre el suelo y los varales, y las tripas para que las limpiaran
las mujeres. En nuestra zona también se usaba la vejiga para hacer un
chorizo muy gordo que está exquisito en el mes de agosto y muy conservado
debido a la anchura de la mal llamada tripa que no era otra cosa que la
vejiga del animal.
Lógicamente la
canal quedaba ensangrentada, de los cortes de los pulmones, diafragma…
unidos a esta, pero nada que no se pudiera arreglar con agua tibia y una
rodilla que es como llamamos a los trapos en el campo salmantino.
Ahora tocaba
sacar un grasa muy apreciada bien para licuar y hacer dulces o el pan del
hornazo y empanadas o bien para envolver los lomos, eran las mantecas, que
se iban separando de la musculatura del animal metiendo los dedos y
empujando lateralmente y tirando hacia adentro para despegarlas al final de
ellas los riñones que pueden sacarse con estas o después.
-Ahora con
mucho cuidado, a sacar los solomillos, que nos asen uno para almorzar.
Jajajajajaja, venga llévalos que se enfríen y trae la destrala.
Con la
destrala se iban cortando las costillas separándolas del espinazo, para
luego y con un cuchillo repasar este y sacarlo entero de la canal, teniendo
especial cuidado a la altura de los jamones; momento que aprovechábamos
para separarlos, a falta sólo de separarlos del tocino.
-Toma a su
sitio que esto está muy bueno con patatas, querrán partirlo, pero pregunta.
Una vez sacado
el espinazo le tocaba a las costillas, a las que se las separaba de la canal
procurando dejar sólo el hueso, esto es que quedara la mayor parte de carne
en la canal. Retiradas las costillas aparece una hermosa vista, los lomos
que van desde el cuello hasta prácticamente la cadera del animal, para sacar
estos hay que tener especial cuidado ya que es una de las carnes más
apreciadas y que además no se va a picar sino que se embute directamente.
-Ahora si que
lo tenemos comido Josele.
En la mesa y
todo aún unido sólo quedaba las paletas el tocino, con su panceta y sus
mantos y los jamones; las paletas se quitan de la canal para posteriormente
picarlas, ya que de lo contrario la canal sería más que escasa, no así los
jamones que se retiran para luego darles la forma y salarlos.
Casi un
capítulo se llevaría lo que quedaba en la mesa, que pudiera parecer que no
era mucho, pero ahí estaban la hojas del tocino para los riquísimos cocidos,
las pancetas para las brasas y el manto, la pasión de mi padre, ya fuera
frito o envuelto como si de lomo se tratrara en la mantencas, si más
grasiento, pero de un sabor y aroma allá por el lejano verano, bien
curadito, soltando esa grasilla aderezada con el pimentón, los ajos….el que
lo a probado como mi cuñado Chuchi nunca se le olvida, y lo aprecia
como la delicatesen que es.
Bueno todo iba
en marcha, y se llegaba la hora de almorzar a la espera de que las carnes
fueran enfriando.
-Venga que
dice el veterinario que no hay problema, si ya lo sabía yo, menudo
sacacuartos, vamos a probar un cacho carne y a echar un trago vino, toma
este cacho y tíralo a la lumbre verás que bueno.
Recuerdo a mi
padre entrando en la cocina y cogiendo un chicharro y llevándolo a la boca
con la consiguiente bronca de mi madre, estos eran los trozos que no fundían
al deshacer las mantecas y es con lo que se hacía el tradicional pan de
chicharros, este pan sólo es de aquella nuestra zona, Villares y Villavieja
de Yeltes, Boada, Retortillo…Estos chicharros se llevaban a la panadería y
el panadero hacía en días posteriores, unos panes enormes con estos
chicharros y anises y no sé que más le echarían pero estaban buenísimos.
Después de
comer un cacho, todo el mundo a trabajar, las mujeres con un montón de
labores, recoger, lavar y coser las tripas, hacer las morcillas y el
farinato….y los hombres, después de sacar la sangre a los jamones e
igualarlos y dejarlos colgados para que se estiren antes de meterlos en sal,
todos a escarnar, aquí todo valía pero era importante escoger parte de la
carne para los salchichones.
Después de
tener todo escarnado y mientras unos picaban las carnes obtenidas, otros los
más hábiles escarnaban la cabeza, sacaban los sesos, partían en tiras las
costillas….
En fin,
trabajando todo el día, y cuando ya no se veía, todos adentro, pero a seguir
trabajando.
-Traer la
romana muchacho, que hay que pesar las carnes. Señor Pepe apunte los kilos
no vayamos a equivocarnos.
-¿Cuánto
dejamos para salchichón?
-Dejaremos 40
kgs, para salchichón y 60 para chorizos.
-Osea, que a
ver, para el chorizo son un kilo y trescientos gramos de sal y otros tantos
de pimentón, 60 dientes de ajo, un poco de nuez moscada, un poco de pimienta
blanca, aceite y un buen chorro de vino tinto. Venga uno a la batea del
chorizo y a mover.
-Juli, trae
otra batea que preparemos el salchichón; bueno ahora son, 880 gramos de sal,
pimienta negra y vino blanco.
Ya estaba todo
en marcha, faltaba el adobo de los lomos, bien estirados en dos bateas, con
sal, aceite y pimentón. Una vez adobado todo se tapaba con unas sabanas
limpias para que no le cayeran bichos, y a ayudar a embutir las morcillas y
el farinato, unos a dar a la máquina, otros a atar…..
-Bueno
mañana será otro día, venga todos a descansar.
Cuando
llegábamos a casa, con el rescoldo en el hogar de la chimenea del salón, no
nos quedaban ganas de nada, directamente a la cama, una cama con la humedad
de una habitación cerrada todo el año, pero el cansancio era superior y
antes de que la cabeza llegara a la almohada ya habíamos iniciado el
reparador sueño.
-Venga arriba
que nos queda mucho que hacer. Desayunar bien que el día será largo.
Y otra vez a
la casona de Villares, hoy nos toca embutir el chorizo y el salchichón,
enfosar los lomos y meter los jamones en sal. Nada más llegar y en uno de
los tajones, uno que tenía cuatro agujeros en uno de sus lados, se montaba
la máquina de embutir, una 32, de fundición y a la faena.
-No le deis
tan rápido a la máquina que se rompen las tripas. Despacio y seguido.
Todavía
recuerdo el escozor del salitre en las manos llenas de magulladuras,
cortaduras, y rozones.
-No te
preocupes si escuece es que está curando.
El embutido se
dejaba estirado sobre una sábana limpia al calor del hogar un rato.
-Colgarlos con
cuidado, no se rompan.
-Señor Pepe,
¿pesamos los jamones?.
-Si que
hay que meterlos en sal.
Y allí en la
despensa de la casa y encima de unos sacos, tirábamos unos kilos de sal que
harían de cama para ir depositando sobre ella los jamones que luego
cubriríamos de sal y a los que poníamos una enorme piedra para que saliera
hasta la última gota de sangre y no se pusieran malos. Se tenían en sal un
día y medio por cada kilo de peso.
En fin dos
días frenéticos y de mucho trabajo y frío, pero apasionante, me imagino que
algo similar debían de sentir los primeros hombres y mujeres cuando cazaban
un gran animal y lo despiezaban y preparaban para tener reservas durante
todo el año.
No cabe duda
que cada época cambia a los hombres, pero yo aún hoy en día, hago la
matanza, con menos gente y más maquinaria, sin aprovechar aquello que no
hace tantos años se aprovechaba (del cerdo hasta los andares), sin pasar
tanto frío, ya que no lo hace, pero con la misma ilusión e intentando
trasmitírselo a mis hijos. Esta es una de las tradiciones más antigua y
bonita de la provincia de Salamanca y no la podemos dejar en el olvido yo al
menos intentaré que no se olvide.
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